Roberto "Fats" Fernandez
¨ Baladas¨ --- Selección de Temas
Noveno álbum de Roberto Fats Fernández para Melopea.
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Su nuevo registro:
Grabado en el estudio del Nuevo Mundo, a cargo del técnico Mario Sobrino, nos acerca baladas y standars, interpretados por Roberto "Fats" Fernandez.
Es acompañado de Manuel Ochoa en piano, Jorge Armani en guitarra eléctrica, Jerónimo Carmona en contrabajo, Litto Nebbia y Andrés Beeuwsaert en piano
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Nadie como Fats Fernández
representa más cabalmente al jazz en la Argentina.
Trompetista emblemático, con casi cincuenta años en los escenarios locales ("En algún momento de este año los voy a cumplir", dice), tiene una historia que lo vincula con su instrumento desde su infancia, en el barrio de La Boca.
Su historia es un ejemplo de vocación. Con pocos años, menos de seis, se ubicaba al lado de los cornetistas de cuanta banda aparecía por su barrio, un mundo de fuerte inmigración, donde la música tenía una presencia permanente.
Hizo lo que en su época se llamaba primero inferior en el colegio San Juan Evangelista de la Obra de Don Bosco, a sesenta metros del café Roma, en Olavarría y Almirante Brown, y eligió para la entrevista precisamente ese lugar, un territorio en el que juega de local. "River nos podrá ganar, pero no tiene un trompetista así", le dice a LA NACION un parroquiano que parece apreciar tanto el fútbol como el jazz.
Como otros, él valora en toda su dimensión a este músico que el mismísimo Wynton Marsalis ubicó entre los diez mejores trompetistas de los años noventa, un lugar de honor para este artista fanático de Boca Juniors y de los canelones de Gisella, su compañera de toda la vida.
Desde antes de tocar "Soy trompetista, ya lo era antes de tocar", reflexiona Roberto (tal su nombre, que nadie usa, porque todos lo llaman "Gordo", es decir, Fats) cuando hace un balance de sus comienzos.
A mediados de los años 40, algunos colegios disponían de instrumentos propios, con los cuales armaban sus bandas. "Mire -reflexiona-, tuve mucha suerte de estudiar en ese colegio, donde aprendí a tocar la corneta, pues mi vida ya era la música. A la distancia me veo como un chico que necesitaba eso, y el colegio me lo permitió".
Sensible, aunque con fuerte carácter, cuenta que su hermano, fallecido el año último, lo introdujo en la música o, quizás, en el gusto por los instrumentos. "El tocaba el tambor en una banda y me causaba una gran admiración verlo", cuenta, y agrega que con ocho años se había perfeccionado en imitar a una orquesta con la boca. "Iba por la calle haciendo las partes de las trompetas, el contrabajo, los tambores, los platillos. Era mi pasatiempo", añade.
"Por aquellos años, las cooperadoras cooperaban y teníamos sesenta instrumentos, en el colegio, que nos sacaban de la calle", sentencia, y sigue con otra frase:
"El maestro Bardera me enseñó música al mismo tiempo que daba los primeros pasos en la escuela, y eso me permitió desarrollarme".
A los trece comenzó la secundaria en el comercial Joaquín V. González, y su madre le regaló una corneta con pistones Cuenow.
No había domingos para la práctica musical y Fats, en 1952, se lanzó a tocar en grupo. Su comienzo fue con un sobrino de Piazzolla, Malatto, en el piano, y con Villarino en la batería. "Duró poco, pero representó todo un paso. Luego vendrían los American Boys, mi primer grupo en serio. En la banda estaban Alfonso Ferramosca en piano y Luis Schiaris en clarinete, y debutamos en el centro Unión de La Boca.
Por esos años me iba haciendo amigo del jazz, me acercaba a los que sabían", rememora Fats Fernández, que en los últimos años perdió una buena parte de sus kilos.
Nombra, a la hora de hablar de sus estudios de trompeta, a varios: José Granata, Wilfredo Cardozo, Carlos Constantini, Rubén Barbieri (hermano del Gato) y el Cholo Rosini. De ellos, dice, tomó ciertos aspectos estilísticos que armaron su lenguaje musical.
"Escucho con detenimiento a dos trompetistas: Louis Armstrong (¡cómo no hacerlo!) y Bobby Hackett, músico blanco continuador del legado de Bix Beiderbecke y que por su elegancia resultó de enorme influencia sobre el propio Miles Davis."
"Siendo muy joven -continúa Fernández- viajé a Mendoza, a la casa de unos parientes, y escuché un disco chileno de Dizzy Gillespie. Me impresionó... Pero el verdadero descubrimiento lo hice en el Palacio de la Música de Montevideo, adonde había viajado con los Georgia Jazz Band. Allí escuché a Charlie Parker. Fue un sacudón: era el disco con arreglos de cuerdas, con Buddy Rich, Ray Brown y Stan Freeman", dice el trompetista.
Recuerda que se generó una verdadera revolución cuando Fats, ante la sorpresa de su grupo, dijo: "A Parker lo entiendo perfectamente". Fernández cuenta que era intuitivo en su aproximación a los grandes bopperos de esos años.
"Tomaba la música de una manera amplia y sentía que corría con ellos. Por esa época me dio algunas excelentes lecciones de armonía el trombonista Mauricio Roll y, al poco, se armó la Old Timers Dixie Jazz Band.
Los primeros clubes
Algunos músicos de jazz atraviesan por ciertos paralelismos vivenciales. Hacia fines de los años 50, Fats trabajaba en varios grupos de jazz tradicional, pero a la noche, luego de los shows, iba al New Inn, en la zona del bajo, donde con Pichi Mazzei, Alfredo Remus, Bubby Lavecchia y el Flaco López Ruiz hacía standards en el estilo bebop de Parker.
Fats dice que el jazz moderno comenzó aquí en tres lugares: el Hot Club de Buenos Aires, el centro Amigos del Jazz y el New Inn. "En estos lugares se desarrolló la tradición jazzística de Buenos Aires, que luego se repartió por los distintos clubes y bailes", dice este jazzman que el 7 de junio (aunque esté anotado el 10 como día de nacimiento) cumplirá 65 años.
Soltero y vecino de La Boca, lugar del que jamás se mudó, trabajaba en una banda de jazz para luego atacar las frases más expresivas de su repertorio en encuentros de amigos como los que durante meses sostuvo en el famoso Jamaica, donde el trío de Baby López Fürst, el Negro González y Néstor Astarita creaban el jazz más moderno en su concepción armónica de la ciudad, tras la apertura hecha por el quinteto de Astor Piazzolla.
"Sí, qué tiempos. Una noche entró el Gato Barbieri y se puso a tocar con el trío. Al rato se acercó y me dijo: "Me gusta cómo tocás. Sumate". Me habían escuchado una noche en la que el Gato estaba con Lalo Schiffrin.
Estuvimos con ese quinteto durante semanas, de lunes a sábado, y lo más destacable es que nunca nos pagaron. El Gato y yo tocábamos gratis", señala Fernández, y al decirlo, sonríe.
El trompetista recuerda que Barbieri había regresado de Brasil y tenía una concepción muy abierta de la música.
"Tras nuestros paseos en Jamaica nos íbamos a la casa del Gato y Michelle, su esposa, nos hacía fideos. Escuchábamos jazz; en esa casa tomé conocimiento del estilo de Miles Davis, de Clifford Brown, de Sonny Rollins, de Coltrane..."
Tiempos intensos, como el estilo que va definiendo a este músico, que debió atravesar por algunos dilemas sobre su modo de interpretar. Dice que en un tiempo llegó a sentirse mal por su estilo "saxofonístico" de interpretar y que debió consultar con Oscar Alemán sobre este punto. El guitarrista sólo le respondió: "¿Y cuál es el problema? Vos tocá".
Fats Fernández es el más expresivo trompetista del circuito jazzístico. Recuerda que tras cada solo en las noches de Jamaica, el Gato le decía a González: "¡Qué feeling tiene el Gordo!" Un día, Fenández se cansó, encaró a Baby y lo interpeló: "¿Qué quiere decir feeling?"
Mientras cuenta su vida comienza a abrir lentamente el estuche donde descansa una de sus compañeras. A la cita vino acompañado por una flumpet Monnet, mitad flugellhorn, mitad trompeta, una criatura nacida en 1990 que reúne calidez y ataque. "La toqué en el primer Brass Conference de ese año y las cosas salieron tan bien que la casa me lo regaló.
Una idéntica tenía Art Farmer", señala, y comienza a improvisar una melodía que llena el aire del bar y que genera de manera instantánea un silencio respetuoso.
En la calle, Fats ejerce una suerte de atracción. Se saluda con unos y otros; de pronto, aparece el padre Alejandro, uno de los sacerdotes que trabajan en el San Juan Evangelista, su escuela.
En La Boca todo le es familiar, de ahí que se entiende su dificultades para aclimatarse a otras metrópolis.
Ninguna lo puede cobijar como la República de La Boca, de la cual el Gordo es ciudadano ilustre.
César Pradines
http://www.lanacion.com.ar/Archivo/Nota.asp?nota_id=384110
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