Eduardo Rovira - Sónico
Acaban de reeditarse dos discos
de este gran olvidado tanguero de vanguardia.
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A pesar de los años, subsiste todavía el inútil empeño en confrontar las figuras de Eduardo Rovira y Astor Piazzolla.
Inútil porque, pese a cultivar ambos el tango de vanguardia, sus estilos no compitieron ni en arrojos ni en audacias.
Lo que sí ocurrió es que Piazzolla avanzó como un tornado de inspiración y Rovira, que admiraba a éste y lo proclamaba con notable modestia, siguiendo pasos estéticos menos atrevidos, menos desafiantes, prefirió replegarse.
La publicación de estos dos discos, que inauguran la colección de tangos del sello Acqua Records: "Que lo paren", con Rovira en bandoneón, arreglos y dirección, más Reynaldo Nichele en violín; Oscar Mendy en piano, y Néstor Mendy en contrabajo, y de
"Sónico", con un trío de Rovira -Agrupación de Tango Moderno-, junto a Salvador Drucker en guitarra y Néstor Mendy en contrabajo, son útiles para colocar las cosas en su lugar.
Este es, entonces, un reencuentro con una parte de la producción tanguera que había acallado sus voces en medio del fárrago finisecular. Nuestra memoria cultural es frágil. No obstante muchos de nosotros creemos conservar algunos ecos del pasado inmediato. En este caso, no se mueve de nostalgia nuestro corazón, sino que reivindica a un músico relegado al olvido.
Rescata a un artista que dejó su aporte al ensanchamiento expresivo del tango; que significó una mirada distinta y renovadora de la música de Buenos Aires.
Rovira fue un músico inquieto, de formación clásica, que intentó plasmar nuevas formas con un tango distendido, no constreñido a lo bailable, si bien en la médula de su inspiración palpitaba el ritmo porteño.
Rovira se inclinó decididamente a un tango camarístico, en el que quiso poner en evidencia sus conocimientos de armonía y composición. Lo guiaba, quizá, la misma pretensión que a George Gershwin, empeñado en proyectarse a la posteridad con obras cercanas a la música erudita.
Pero la suya no fue una vana pretensión, sino más bien una necesidad espiritual no proclamada.
Los pasos del artista Eduardo Oscar Rovira nació el 30 de abril de 1925 en la ciudad de Lanús. Ya a los 9 años se lo vio tocar junto a la orquesta de Francisco Alessio en el otrora famoso Café Germinal, de la calle Corrientes.
Dos años después ya integraba el grupo de Vicente Fiorentino. En plena década del cuarenta compartió escenarios con maestros de la talla de Orlando Goñi, Miguel Caló, Osmar Maderna, Florindo Sassone y José Basso, entre otros.
Tras sus experiencias con las orquestas de Alberto Castillo y Roberto Caló, formó la propia en 1951.
Vuelto del viaje que lo llevó por España y Portugal, Rovira se integró al grupo de Alfredo Gobbi. Allí surgió uno de sus más conocidos tangos: "El engobbiao".
Ya a fines de la década del cincuenta participa como primer bandoneón en la orquesta de Osvaldo Manzi,y da a conocer su tango "Febril". Luego forma un trío con Manzi en piano y Kicho Díaz en contrabajo. Su decidido vuelco a un tango más elaborado fue al despuntar la década del sesenta. En ese momento, Piazzolla había conquistado a la juventud. Y Rovira se sumaba al movimiento de vanguardia con su Agrupación Tango Moderno.
Cuatro años duró el octeto, que luego se convirtió en el septimino al que dieron alas, alternativamente, Manzi, Leopoldo Soria y Atilio Stampone y su violinista preferido, Reynaldo Nichele.
Quince años consagró Rovira a la experimentación mediante arreglos novedosos, giros contemporáneos, búsquedas tímbricas, diseños, estructuras y desarrollos no convencionales, sin desdeñar siquiera algún rasgo folklórico, y apuntando siempre a formas cercanas a la música académica.
Tal necesidad espiritual quedó plasmada en obras sinfónicas, suites para orquesta, obras para piano y para guitarra, etc. Las composiciones camarísticas suman ochenta.
Cabe recordar que su Segunda Sinfónía Concertante recibió el Premio Honor Bellas Artes y fue estrenada en 1966, con la batura de Pedro Ignacio Calderón en el Teatro Colón.
Además de bandoneonista, Rovira fue buen pianista y también cultivó el corno inglés, el oboe, el saxo y la guitarra.
Su inclinación por experimentar lo llevó a que el trío que debutó en Gotán, en 1965 (Rovira-Nichele-Stampone), utilizara instrumentos con amplificación electrónica, incluido el propio bandoneón con su pedal para efectos de distorsión.
La estrella de Rovira se fue apagando en los años setenta, cuando se instaló en La Plata.
Su último testimonio fue el disco "Que lo paren".
Rovira falleció el 28 de julio de 1980.
René Vargas Vera
La austeridad de un espíritu romántico
A propósito de Eduardo Rovira, Ernesto Sabato ensayó un esbozo centrado en la idea de un espíritu romántico que se expresó con un lenguaje austero, ni cerebral ni lacrimógeno.
Uno escucha los ocho temas del CD "Sónico" -"Azul y yo", "Sónico", "Bobe", "Opus 16", "Ritual", "Preludio de la guitarra abandonada" y "A don Alfredo Gobbi"- e ingresa en atmósferas tangueras infrecuentes.
Salvo el propio "Sónico" y "Ritual", que echan mano de una rítmica pujante, incisiva, distinta en sus acentuaciones, del modelo impuesto por Piazzolla, las composiciones se destacan por extensos desarrollos en los que alterna el esquema lento-rápido.
Habrá que descartar el más que avasallante apurado ritmo con que asume un clásico como "A fuego lento", de Horacio Salgán.
Clima de misterio El resto tiene clima de misterio, como si Rovira buceara en las catacumbas del tango, con visiones menos crispadas de la ciudad cosmopolita. El ensamble del trío es acogedor, sin que ninguna complicación rítmica o atrevida armonización nos sorprenda.
Al menos en este caso, Rovira no apela a armonías temerarias.
En el otro disco que fue relanzado, "Que lo paren", se encuentran la pujanza y el nervio tanguero con interesantes desplazamientos rítmicos y síncopas. Pero también hay espacio para el regodeo con el lirismo en las melodías colmadas de romanticismo del excelente violín de Nichele.
Tangos incisivos o milongas que rezuman nostalgia. La trama en sus quince temas es transparente, aun cuando surge una atmósfera nocturnal. Y a veces el dúo de bandoneón y violín trepa alturas, como también sucede en las bien plasmadas instrumentaciones del cuarteto instrumental.
Títulos para recordar
A los tangos de Rovira "Que lo paren", "Majó Majú", "Milonga para Mabel y Peluca", "Tango para charrúa", "Tango para Ernesto", "A don Pedro Santillán", "El violín de mi ciudad", se suman otros conocidos como "Margarita Gauthier", "El motivo", "Mi noche triste", "Re-Fa-Si", "Don Juan", y "La cumparsita".
Son estos conocidos los que surgen con otra impronta, en los que los desarrollos se explayan y donde el músico no se vale de ningún golpe de efecto. Escuchar otra vez a Rovira no significará que nos veremos sacudidos por violentas emociones, sino por una sencilla musicalidad.
Link:
RBerdi_Eduardo_Rovira-Sonico-1968.rar.html
Anteriormente habiamos colocado otro título de Eduardo Rovira:
Tango Buenos Aires Suite
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