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Rugby Argentino
A diferencia de las grandes potencias históricas del rugby, en la Argentina, donde a pesar de ir acercándose a cierto semi-profesionalismo la actividad sigue fuertemente vinculada a lo amateur, persisten valiosas conductas deportivas y humanas, difundidas por abrumadora mayoría entre quienes la practican.
En todo nuestro país, como alcanza a escucharse en un comercial de TV, extensas legiones de grandotes y no tanto aún "se c... de frío los martes y jueves" entrenando en invierno y no por la plata que pudieran ganar alguna vez.
Otras son las motivaciones que mueven a la gran cantidad de jugadores que deben hacerse tiempo para entrenarse y jugar a costa, por ejemplo, de sus estudios, sus novias o esposas e hijos y su trabajo, según los casos.
Lo cierto es que esa entrega suele abarcar más turnos y otros días de la semana y a jugadores de todas las edades, desde ex Pumas veteranos hasta "Mosquitos", como se llama a la categoría de los más pequeños.
Son los mismos que luego de la civilizada violencia que viven en la cancha se juntan con el equipo rival a brindar amistosamente durante el "tercer tiempo" que sucede sin falta a todo encuentro.
Está visto que esa amistad, por otra parte,
perdura a menudo por los años de los años.
Deportistas en lo suyo al fin, ninguno de ellos va a hablar de Aristóteles o El lago de los cisnes en el intervalo de los partidos.
Sin embargo, queda claro desde siempre que en rugby, además del juego se practica una cultura propia. Una cultura que junto al ingenio y la creatividad incluye de modo central el respeto al árbitro, a la ley pareja, además del adversario.
Y que se enseña a todo jugador desde que por primera vez toca una "guinda".
Es un tipo de cultura de especial valía, algo que incidirá sin duda en las vidas de los numerosos chicos que, a raíz de la espectacular campaña de Los Pumas en esta Copa Mundial 2007, se sumen de aquí en más a los miles y miles de
"animales —como dice otra publicidad— con alma de caballeros".
Román García Azcárate,Redacción de Ñ
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