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sábado, 28 de abril de 2007

Francisco Rico - El último editor de “Don Quijote”

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Entrevista a Francisco Rico : Editor

"Cervantes escribía su apellido con be larga"

El último editor de “Don Quijote” cuenta cómo ordenó la edición definitiva
de la obra cumbre de la literatura española.

Dice que la versión original del libro no podrá ser leída jamás.

Juan Cruz
El País, de Madrid

El manuscrito del Quijote era un galimatías.

Lo ordenó alguien, probablemente un copista, y en nuestro tiempo el responsable del último orden es Francisco Rico, editor de la obra de Miguel de Cervantes. Rico, de 65 años, es filólogo, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, y se ríe cuando le dicen que suplanta a Miguel de Cervantes, cuyo Quijote ha reescrito.

"No -dice-. No lo reescribí. He sido su editor".

Rico estuvo a cargo de la edición académica publicada el año pasado para conmemorar el 400º aniversario del libro consagrado en todo el mundo como la principal obra de la historia de la literatura española.

Ahora, en vísperas del aniversario de la muerte de Cervantes, esa edición, que apareció con el emblema de las Academias de la Lengua, editada por Alfaguara en España y en América latina, aparece de nuevo en Punto de Lectura (sello del grupo Alfaguara dedicado a versiones de bolsillo), ya sin los prólogos que tuvo, con una nota en la que Rico cuenta cómo ha puesto en orden el manuscrito, y con una portada que él atesora:
un dibujo de Manolo Valdés que representa al ingenioso hidalgo.

En esta entrevista, Rico cuenta cómo es su relación con el más insigne escritor de la historia del español, y cómo ha hecho para poner orden en el libro.

-"El Quijote". ¡Cómo si lo hubiera reescrito!
-La gente no tiene idea de lo que es hacer el Quijote.

Vamos a suponer que aparece el manuscrito autógrafo de Cervantes... ¡y Dios no lo quiera! porque tocaría bastante las narices.

--¿Por qué?

-Porque está escrito a pedazos, como escriben todos los escritores.

En el siglo 20 se daba una copia mecanografiada que podría hacer una secretaria.

Pero al Quijote, Cervantes lo fue escribiendo en ventas, en posadas, en caminos, en los papeles que tenía a mano... El peor copista del mundo, para poner en orden un libro así, es el autor, porque en esas circunstancias comete más faltas que un mecanógrafo.

El autógrafo de Cervantes podía ser mucho peor que una copia puesta a limpio, como probablemente fue, y como se hace hoy. ¡Ningún escritor da los originales!

--Y, como los autores actuales, sería muy fastidioso.

-Para nada.

--¿Y eso cómo lo sabe?

-Porque era así en la época. Cervantes no tenía ortografía alguna, como no la tenían las personas privadas. La ortografía la tenían las imprentas, hasta que la Academia la organizó un poco.

Los escritores escribían haber sin hache, con ve corta o con be larga, daba igual.
Cervantes no ponía ni puntos ni comas, ni por casualidad.
Lo ponían los editores antiguos, por su cuenta, unas veces interpretándolo bien y otras veces haciéndolo mal. Y Cervantes les dejaba absoluta libertad.

¡Él escribió toda su vida Cervantes con be larga!

Él sabía que lo que ocurría antes de la imprenta y durante la imprenta eran cosas distintas.

--Ni el título es el verdadero...

-El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha no es el título de Cervantes.

Él había titulado "El ingenioso hidalgo de la Mancha", que es el título con el que pide el permiso para publicar el libro.
Y ése es el título que recuerda al final de la obra.

--¿Por qué lo cambian?

-Lo cambia la imprenta. Hacían un triángulo con el título, y si nos fijamos en la portada original y quitamos Don Quijote, sólo te quedan dos líneas.

--¿Cervantes era descuidado?

-De Cervantes no sabemos nada. Tenemos muchos datos, pero prácticamente ninguno de su vida íntima.
Sabemos que su casa era un escándalo... Las hermanas, la hija, tenían hijos por aquí y por allá, pero de él sabemos poco.
Creo que era un tipo que veía las cosas desde lejos, y eso se ve en el Quijote.
Y pensaba que no había que meterse en la vida de nadie.

--¿Políticamente, qué era?

-Era como un ex combatiente de la División Azul. Había luchado voluntariamente, por convicción, contra el turco. Luego vio cómo eran las cosas y, por decirlo así, aceptó la transición.

Ve que Felipe II se olvida de los turcos, y lo que él quería era seguir contra los turcos y conquistar Jerusalén. Pero se calla y acepta.
No es un heterodoxo, pero sí es un santurrón que entra, sobre todo en la última parte de su vida, en todas las cofradías religiosas.

Era un liberal, pero porque creía que la gente debía arreglárselas como pudiera. Debía ser un hombre que hablaba poco.

--¿Cómo se ha sentido usted corrigiéndole?

-No, al contrario, yo no le he corregido; yo he estado restituyendo su texto.

--¿Y cómo se ha sentido?

-Muy contento de poder dar el texto que Cervantes sentía como más suyo; es decir, estoy de parte del autor y de parte del original.

--¿En qué se ha basado para entrar en el texto y darle lo que usted cree que él quería?

-Pues no siempre lo sé. Es más, en muchos casos hay que dudar. Muchas veces me baso en razones materiales, y otras, en la práctica de la edición o del periodismo; he quitado o conservado cosas siguiendo esa mecánica, y creo que así cumplo con lo que Cervantes quería.

La tradición es respetar ciegamente lo que dice el texto impreso de la primera edición.

Y Cervantes revisó e hizo añadidos en la segunda edición.

--¿Tuvo pudor haciendo esta edición?

-Es que justamente no me sentía Cervantes. ¡Cervantes lo hubiera hecho peor!

--¿Sí?

-Sí, porque no se fijaba. Por otra parte, no se trataba de identificarse con Cervantes, sino de ver el texto enteramente desde fuera, con frialdad. A esto ayuda la informática.

En el detalle, en lo menudo, está el deber moral y social del filólogo a la hora de restituir el texto del autor.

--¿Y usted por qué se ha dedicado tanto al Quijote?

-Siempre me había interesado por la edición de textos.
Por eso publiqué mi colección "Biblioteca Clásica", con el propósito de que los contemporáneos leyeran a los clásicos.

El Quijote me lo quedé yo. Haciendo este trabajo me di cuenta de que la edición de textos clásicos españoles apenas existía. Planteándome las cuestiones materiales, es evidente que el Quijote no salió de la mente de Cervantes de un tirón, impecablemente. No. Eran papeles sueltos.

--¿Existe en algún sitio, de todos modos, el manuscrito?

-Podría ser. Pero es muy difícil. He visto muchos manuscritos preparados para la imprenta, pero son copias. Del Quijote debieron haber doscientos.

--A lo mejor no estamos leyendo el verdadero Quijote.

-Ni lo leeremos nunca. El Quijote tal cual no lo leeremos nunca.
Mira este texto de Lope: ¿ves las huellas? Mucha gente trabaja en un manuscrito.

--¿Y qué novedades aporta esta nueva edición suya?

-Ésta es la versión corregida y aumentada de la del cuarto centenario; la que publicó la Academia incluye el texto y las notas, y mi nueva edición añade materiales e índices copiosísimos, refranes, pasajes célebres, todo ello, después del libro; antes del texto de Cervantes tan sólo hay una página, en cursiva, mía.

--Hay gente que dice que usted cobra derechos por lo que escribió Cervantes. ¿Cómo se lo toma?

-Algo cobro, menos de lo que quisiera; menos de lo que cobró Cervantes, o por ahí se andaría. Y yo no cobro por lo que escribió Cervantes; cobro por lo que he trabajado yo. Y por lo que le he dado a Cervantes. Y me parece normal que si el impresor tiene una parte, también la tenga el editor filológico.

--¿Ser el editor de Cervantes es lo más grande que ha hecho en su vida?

-He hecho cosas que me han divertido más.
He trabajado sobre la obra de Petrarca.

Pero sí, es lo mejor, es la buena obra que he hecho para todos. Petrarca lo he hecho para mí.

El Quijote lo he hecho para los demás.

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