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martes, 6 de febrero de 2007

Sobre lo Clásico y lo Popular




La foto muestra el primer
modelo de bandoneón







Sobre lo Clásico
y lo Popular



Ricardo Fiorio


(Profesor Titular de la Cátedra de Bandoneón del Conservatorio Nacional De Música (IUNA)

Por mi parte creo que el trabajo de Pepe sobre la vinculación letra-música en la obra de Gardel y en la obra de Mozart puede llegar a ser un aporte muy importante en diversos terrenos del conocimiento: música, poesía, historia, lingüística, semiología y muchos otros.

Por dar un ejemplo, en mis clases de Armonía me detengo mucho tiempo en tratar que mis alumnos aprehendan (así, con hache intermedia) el concepto de "cadencia".

Las cadencias son estructuras musicales -presentes en toda música- comparables a los signos de puntuación del lenguaje escrito.

Por mi lado siempre me pregunté (y me sigo preguntando) si la música ha heredado estos signos del lenguaje, o si ha sido a la inversa, considerando que -según parece- la música precedió al lenguaje hablado.

Yo pienso -y seguramente Eduardo sabrá corregirme o explicarlo mucho mejor- que la música se resiste a ser estudiada según las pautas con las que se estudian los lenguajes, por una razón poderosa:

en mayor o menor medida, cualquier lenguaje puede traducirse (sin embargo sabemos que, en poesía, la traducción puede alterar sustancialmente el sentido); en cambio la música es intraducible.

Tratar de contar, sólo con palabras, cómo suena, digamos, "La Cumparsita", a alguien que nunca la ha escuchado, es tan improbable como poder describirle el color amarillo a un ciego de nacimiento.

Hay algo de mágico en el hecho musical, algo que se explica en sí mismo. Por éso, trabajos como el de Pepe son absolutamente valiosos a la hora de intentar un acercamiento hacia ese misterio, hacia sus leyes ocultas.

Ahora, leyendo los comentarios, todos interesantes, de distintos miembros de la lista, veo que una vieja polémica maniquea, que divide tajantemente al arte en clásico o popular, tiende a reaparecer.

Y que la combinación de los imponentes nombres Gardel y Mozart puede producir algunas reacciones alérgicas en pieles sensibles.

Recuerdo haber presenciado una conferencia de Borges en la que le preguntaron su opinión sobre el "boom" de la literatura latinoamericana y sobre la "literatura comprometida".

Apelando a su característica ironía, Borges respondió que, por un lado, un "boom" no le sonaba demasiado latinoamericano.

Y con respecto al compromiso de la literatura, consideraba que había dos tipos de literatura: literatura buena y literatura mala.

Y que la combinación de los términos "literatura comprometida" le sonaba a "equitación protestante".

La diferenciación entre un arte clásico y uno popular es más o menos reciente.

¿En qué recipiente pondríamos las bellísimas figuras rupestres de Altamira? ¿Arte popular?, ¿sacro?, ¿clásico?

Mozart fue, justamente, uno de los que empezó a "popularizar" el arte, coincidiendo con una época en que la burguesía buscaba su lugar frente a las cortes y el clero, que detentaban el derecho de tenencia de lo artístico.

Sus óperas salieron de palacio y se difundieron en teatros "de variedades", haciendo disfrutar de su belleza a una clase media surgente que hasta entonces no había tenido acceso a su música ni a la de los que le antecedieron. Y llegó a ser muy popular.

Sobre los gustos musicales de los sectores realmente pobres de la sociedad de esa época, especialmente el campesinado, no sabemos mucho. Hasta donde conocemos, se limitaba a danzas o tonadas sencillas, que se encuentran muchas veces presentes en la obra de Mozart.

Sin embargo, especialmente en el S. XX, la división clásico-popular empezó a ser dicotómica.

Y comenzaron a encenderse polémicas. Que lo clásico era envarado y elítico y lo popular genuino y actual (¡y etílico!); que lo popular era burdo y lo clásico refinado; que hay artes menores y mayores, blah, blah, blah.

No sé en otros lugares del mundo cómo habrá sido, pero en la Argentina la dicotomía clásico-popular, sobre todo desde la aparición del Tango, se intensificó hasta lo extremo.

Por un lado, los Conservatorios oficiales desecharon sistemáticamente el tango como material de estudio, de forma absolutamente injustificada, perdiendo una fuente importantísima de conocimientos.

Es más, esos Conservatorios deberían haber sido los que se ocuparan de estudiar el fenómeno y colaborar en su desarrollo. Sólo cedieron un poco, muy poco, cuando vieron que músicos de otros lugares del mundo, como Stravinsky, se mostraban muy interesados por el tango.

Por dar un ejemplo, les comento que este año he tomado la cátedra de bandoneón del que fuera el Conservatorio Nacional (actual IUNA), que durante treinta años tuvo quien fuera mi maestro, Alejandro Barletta.

Más allá de lo que yo opine personalmente sobre Barletta, algo que realmente me parece imperdonable es que nunca les haya permitido a sus alumnos tocar tango, diciendo que ejecutar el bandoneón de la forma en que se lo hace para tocar tango arruina la técnica del músico.

Eso es, simple, lisa y llanamente una barbaridad.

Un buen trompetista o un buen saxofonista sabrán qué técnica aplicar cuando tengan que tocar jazz o cuando tengan que tocar clásico.

Y la técnica de bandoneón que el tango desarrolló es muy rica y muy variada (son incomparables un Laurenz, un Troilo, un Federico, un Pane o un Piazzolla, aunque cada uno, en su estilo, es buenísimo).

Del otro lado, tal vez sufriendo cierto despecho o pretendiendo mantener cierta sensación de marginalidad, el tango impulsó la creencia en la insuperable "universidad de la yeca".

En ese sentido, quien no hubiera concurrido a esa abstracta institución, estaba del todo imposibilitado del ejercicio del tango.

Pero los que profundizaban el estudio del tango mantenían una secreta admiración por los ámbitos académicos.

Nunca ha dejado de llamarme la atención que los métodos de bandoneón de la época, incluyendo el de Maffia y el de Marcucci-Lípesker, ser limitaran a una suerte de transcripción de ejercicios para piano del muy clásico Czerny, y al final -luego de aburridos estudios- publicaban una serie de piezas...entre las que no figura casi ningún tango!

Sin hablar del tema Piazzolla, que -increíblemente- todavía sigue siendo polémico. Que si es tango o no lo es. Que el tango para ser tango debe poderse bailar y el de Piazzolla no se puede. Que usa guitarra eléctrica y hasta batería.

Encima, para hacer rabiar todavía más al concejo superior de normas tangueras de la universidad de la yeca, usaba barba y medallones hippies.

Del otro lado tengo un ejemplo más. Yo también enseño en el Conservatorio Superior de Música de la Ciudad de Buenos Aires (¡qué cacho de nombre!).

Resulta que, ya hace más de un año, se promovió una votación entre alumnos y docentes para ponerle un nombre más humano al establecimiento. En nombre elegido fue...adivinen..."Conservatorio Astor Piazzolla". ¡¿Lo qué?!, espetaron varios distinguidos colegas mientras espantaban las polillas del "Floriregium Musicum". ¿Y por qué no Alberto Ginastera? ¿O Luis Gianneo?

Resultado...hasta el momento no se impuso el nombre. Hay batallas administrativas que lo traban a propósito.

Parece que a Piazzolla le ocurre algo parecido a lo que le ocurre al bandoneón: a los tangueros (generalizando, por supuesto) no les cae demasiado simpático que el bandoneón se escurra hacia otras músicas.

Y los clásicos consideran que todo lo que se toque en ese instrumento tendrá un inevitable tufo a tango, aunque sea Bach.

Creo que, siendo tan claro que el tango, más que ninguna música de las llamadas "populares" del mundo, está tan emparentado con la también llamada "clásica", en el sentido de preciosismo, elaboración, dificultad de ejecución e interpretación y virtuosismo, va siendo hora de que esta división se supere.

Perdón por el bodrio, pero me levanté con ganas de conversar.

Un abrazo
Ricardo Fiorio
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Comentario: Algunos nombres pueden parecer incomprensibles, por ej. Pepe o Eduardo

Ricardo Fiorio pertenece a un grupo denominado Cueva Tango, (al cual yo estoy ) y dichas personas igual - RBerdi

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