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viernes, 19 de enero de 2007

Tango y Sainete Nacional


TANGO Reporter

Tango y Sainete Nacional

Por Roberto Selles

Luego de la caída de Rosas, en 1852, cuya promoción del teatro popular era notable, los unitarios -empeñados en borrar todo rastro federal- pusieron en marcha la marginación de los actores criollos y abrieron las puertas a compañías extranjeras; principalmente, españolas. En consecuencia, comenzaron a acriollarse algunas formas del teatro hispano, como la zarzuela, la revista o el sainete.

Entre esos actores españoles, llegó a las playas argentinas el actor, cantante, músico y compositor Santiago Ramos, introductor del tango andaluz –que generaría el argentino, ya que casi todos los tangos criollos iniciales eran adaptaciones de sus homónimos del sur español– en los escenarios porteños.

Se sabe que en 1856 Ramos entonó un tango en la obra “La cabaña del tío Tom” (Teatro Argentino) y en 1857 escribió Tomá mate, che, la más antigua muestra de tango compuesto en Buenos Aires (“Tomá mate, tomá mate,/ tomá mate, che, tomá mate,/ que en el Río de la Plata/ no se estila el chocolate”), para la comedia “El gaucho de Buenos Aires” que se estrenó en el Teatro de la Victoria el 22 de octubre de ese año.

De allí en más, el tango –también la milonga, por supuesto– señorearían sobre las tablas del teatro porteño.

Precisamente, el tango fue la música clave del género denominado sainete. El sainete español –el originario– es, según define el diccionario, una “pieza dramática jocosa, en un acto, de carácter popular”.

Su descendiente, el sainete criollo, fue adquiriendo características propias que terminaron por diferenciarlo notoriamente de su modelo. Susana Marco, Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda Vignolo, en “Teoría del género chico criollo”, definen: “Sainete lírico criollo: Obra de evasión, impregnada de sentimentalismo difuso, cuyo objetivo es esencialmente didáctico. Ante este tipo de obra, el espectador es una conciencia receptora, que se adhiere tácitamente a la escala de valores propuesta desde el escenario. La consigna es entretener y moralizar.

Obras claves:
Gabino el mayoral’ de Enrique García Velloso, y ?Fumadas’ de Enrique Buttaro” y “Sainete de divertimiento y moraleja” del que dicen que son “piezas breves en prosa y/o verso (...) generadas por la figura cómica (...) mezcla de jergas, lunfardo y criollismos”, cuyo “resultado arbitrario e irrelevante se obtiene en general mediante el desenlace trágico.

Obras claves:


El conventillo de la paloma’ y
Tu cuna fue un conventillo’ de Alberto Vacarezza”.

En los sainetes primitivos ya encontramos instalado el tango. También en los dramas, como “Julián Jiménez” de Abdón Aroztegui (1890), donde se incluye un viejo tango, Una negla y un neglito (música de Miguel Rojas, letra de Rafael Barreda, compuesto alrededor de 1865), pero ya en versión folklorizada: “Una negla y un neglito/ se pusieron a bailá/ el tanguito má bonito/ que se puede imaginá”; el original –más apicarado– rezaba: “Una negla y un neglito/ se pusieron a jugá,/ él haciéndose el travieso/ y ella, la disimulá”.

Pero el que interesa para el caso es el sainete.

En uno de ellos, “Gabino el mayoral” de Enrique García Velloso (1898), con música de Eduardo García Lalanne, Angelina le dice al Vigilante: “¡No me vengas con paradas, te digo,/ que no te llevo el apunte/ y haré que alguno te unte/ con un talero, sí estrilo!”.

En “El deber”, Ezequiel Soria rescribe y adecenta la letra de la pornográfica milonga montevideana Señor comisario: “Señor comisario,/ traiga un vigilante/ que pele la lata,/ que aquí hay una vieja/ que con sus paradas/ de fijo me mata!”

Al despuntar el siglo XX, comenzaron a difundirse las obras de quien daría la
muestra acabada del sainete criollo y al que seguirían los posteriores autores: Carlos Mauricio Pacheco.

Por supuesto, el tango no podía faltar en sus argumentos. En el célebre “Los disfrazados” (1906), aparece el siguiente: “Soy el mulato Padilla,/ bailarín debute y soda,/ soy el taquero más pierna/ para un tango quebrador./ Cuando me enrosco a la mina,/ l'hago girar y me estiro,/ bailando, en sus ojos miro/ todo mi orgullo y mi amor”, y asimismo, toma una milonga anónima montevideana y la recrea: “A mí me llaman Pie Chico/ y soy de Montevideo,/ conmigo se purreá minga;/ ¡soy del barrio del Cordón!”

Otros sainetes de Pacheco son: “Música criolla” (1906), “Las romerías” (1909), “La ribera” (1910), “Una juerga” (1912).

En este último año, se estrenó, a raíz del enorme éxito del tango argentino en la capital francesa, “El tango en París”, del ya citado García Velloso.

Por aquellos días comenzaba a tutearse con la fama uno de los saineteros mayores, Alberto Vacarezza, que se había iniciado en 1903 con “El jugador”, y había obtenido su primer éxito con “Los escruchantes” (1911). A estos seguiría una extensa nómina, que incluye títulos como “Juancito de la ribera”, “Tu cuna fue conventillo”, “Cuando un pobre se divierte”, “Palomas y gavilanes”, “Cortafierro” o “El conventillo de la Paloma”, que fue llevado al cine en 1936, con Alicia Barrié como protagonista y la presentación del propio autor.

Muchos de sus tangos, ya clásicos, fueron escritos para el sainete: Padre nuestro, La copa del olvido, El carrerito, Botines viejos, etc.

Desde fines de la década de 1910, el cabaret se convirtió en elemento casi imprescindible del sainete. Las escenas de cabaret, con sus infaltables milonguitas, andan dispersas por títulos como Nobleza de arrabal (Juan A. Caruso), El cabaret Montmartre (Alberto Novión), Delikatessen Haus, Bar Alemán (Samuel Linnig-Alberto Weissbach), La borrachera del tango (Elías Alippi-Carlos Schaeffer Gallo), Milonguita (Linnig), Los dopados (Raúl Doblas-Weissbach), El bailarín del cabaret, Los muchachos de antes no usaban gomina (ambos de Manuel Romero), Maldito cabaret (Pascual Contursi-Pablo Suero) y mil más.

Pero, con o sin cabaret, el sainete prosiguió su ruta triunfal a lo largo de varias décadas, hasta que sobrevino el final inevitable.

Su reinado se extendió –aunque ya agonizante– hasta los años 60, con “El tango del ángel” de Rodríguez Muñoz (1962). Se trata de una versión moderna del viejo sainete –la música corresponde a Astor Piazzolla–, cuyas palabras finales quizá se constituyeron en el epitafio para ese género tan caro a los tangueros que fue el sainete: “Crece el aleteo del tango (La muerte del ángel, de Piazzolla), mientras el telón cae definitivamente

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