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Juan Carlos Copes
Por Javier Firpo
Juan Carlos Copes
Bailarín y coreógrafo
(31 de mayo de 1931)
Sus pies alados recuerdan a los de Fred Astaire y Gene Kelly, dos reyes de la comedia musical. Él, Juan Carlos Copes, los considera, junto a Ginger Rogers, sus paradigmas, sus maestros, sus modelos a seguir.
El hombre de pelo engominado y ceño fruncido, vestido de traje impecablemente planchado, está sentado a la vera del escenario como estandarte y figura de su musical autobiográfico, Copes tango Copes, en el que refleja una síntesis de sus 50 años de carrera.
Acompañado por su hija Johana, el ballet Copes Tango Danza y la voz de María Graña, se puede ver la evolución creativa del danzarín desde sus inicios en los bailes del club de fútbol Atlanta, pasando por los concursos de danza en el estadio Luna Park, sus viajes por América, sus encuentros con los maestros Piazzolla, Troilo o Pugliese, hasta celebridades internacionales de la talla de Barishnikov, Liza Minnelli o el ya mencionado Gene Kelly, que merece una evocación en boca del propio Copes. «Era mi ídolo, fue quien me dio la clave de lo que debía hacer, el que más me llegó con su danza».
De pronto, se llama a silencio. Mira sin ver, deseando trasladarse a aquel momento, allá por 1985 cuando, tras presentar Tango Argentino en Broadway, tuvo la posibilidad de conocerlo. Y le surge una anécdota:
«Una noche, luego de la función, se me acercó la hija de Gene y me dijo que su padre no estaba bien de salud; sin embargo, me hacía llegar el mensaje de que me esperaba al día siguiente en su casa de Los Angeles. Casi me desmayo. Me sentí pleno, igualito a como estaba él en "Cantando bajo la lluvia"».
Son cuantiosos los shows que jalonan la larga trayectoria de Copes. Pese a ello, los nervios siempre juegan un partido aparte.
«No tienen edad. Cuanto más grande es uno, más temor a equivocarse existe».
Lo inquieta el hecho de aparecer como una persona soberbia, algo de lo que realmente dista mucho. Y le preocupa que por primera vez un espectáculo lleve su nombre en el título. «Si bien ya lo asumí, suena como una marca registrada. Como sí con apenas decirlo, significara algo», explica.
Copes no desconoce que en la Argentina es "el" bailarín de tango, pero rechaza ese mote a rajatabla:
«Es muy antiguo y conservador decir que soy "el" bailarín de tango. Para bailarlo se necesitan dos personas y mucha pasión. Lo demás es técnica y viene sola».
Dotado de una singular energía, Copes parece un hombre sin edad, pero la tiene y no la oculta. Todo lo contrario: «Nací el 31 de mayo de 1931. Está en todos los diccionarios», señala con una amplia sonrisa y sin titubeos.
De profesión milonguero, como le gusta presentarse, es acreedor de importantes premios como los de Toronto y Nueva York, el ACE argentino por "Entre Borges y Piazzolla".
Recientemente, el American Choreography Award por la mejor coreografía para cine por la película "Tango" (dirigida por Carlos Saura).
«Muchos creen que lo más importante son las piernas, los pies. No me parece. A mi criterio, lo esencial empieza arriba, en la cabeza, y luego pasa por el corazón. Los pies son la consecuencia», es la definición que brinda este porteño de 70 años a la hora de explicar cómo se hace para bailar bien el tango.
Y así debe ser, porque las piernas y los pies de Copes tienen un lenguaje exclusivo capaz de garabatear silenciosas figuras que expresan lo que las propias palabras no podrían pronunciar.
«Es la única danza que permite imaginación y creatividad para formar, en tres minutos, una historia de amor, de odio. Pero son tres minutos que, si hay una cierta relación cuerpo a cuerpo, hacen olvidar cualquier problema". Esa es la sensación que le produce bailar el dos por cuatro.
Y no falta su alusión a las virtudes del tango.
«Creo que tiene muchas, pero si tuviera que elegir, diría que es llamativo su poder de adaptación a cualquier época».
Pasaron muchos años desde aquellos días en que un joven delgadito, el "crédito" de la barra, deslumbraba a las muchachas de los clubes de Mataderos y Villa Pueyrredón. Por entonces, el muchacho que estaba indeciso entre el tango y la carrera de ingeniero electrónico, gano un concurso de baile en el Luna Park, en 1951, donde se presentaron más de trescientas parejas. Y esa noche fue la bisagra, el punto de inflexión. El momento de tomar una decisión.
Recién comenzaba la década del 50 y ya bailaba con quien sería su compañera en gran parte de su carrera: María Nieves Rego. Con ella formó el tándem perfecto, el prototipo de pareja que se impuso por su presencia, la leyenda de las piernas mas veloces.
Copes y Nieves fueron compañeros, novios, pareja. Se amaron, se divorciaron, se odiaron. El se casó con otra mujer, tuvo dos hijas, pero siguió bailando con Nieves. Hasta que la relación se hizo insostenible. Se separaron definitivamente, y él encontró en su hija Johana una nueva compañera.
Coherente en toda su carrera, dueño de una mente abierta y criteriosa, afirma que nunca cambiaría su manera de sentir el tango. No es de los que traicionan su esencia ni de los que admiten la existencia de la categoría tango "for export".
Creador de avanzada, guste o no, Copes está despegado de los estereotipos. Si bien es uno de esos "argentinazos" que defiende lo de antes, también procura expresar su modernismo y no ser un tipo conservador.
Es un porteño de los que creen que «los tangueros no deben vivir con el funyi puesto y el pañuelo anudado al cuello para refrendar su condición de malevo. Si yo pensara eso, me consideraría una persona muerta», sostiene categórico.
Y a la pregunta: ¿hasta cuándo tendremos Copes?
Responde con un dejo de picardía:
«Hasta que den las tabas. Para mí, bailar es la mejor terapia que existe».
Publicado en la revista "Argentime. The Argentine Review", Laboratorio Sidus, Mayo de 2001.
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viernes, 12 de enero de 2007
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